San Indalecio, San Segundo, San Torcuato, San Cecilio:
4 Santos Mártires del Camino Mozárabe de Almeria a Granada
(Nota: Pasión de San Torcuato según
el manuscrito del monasterio de Cardeña del siglo X ). Fuente: Diócesis de
Almería. “San Indalecio”. La
traducción es de A. García Masegosa.
LA LITURGIA
MOZÁRABE
El Pasionario o Passionarium
era uno de los libros de la liturgia hispánica o mozárabe. Su
contenido estaba formado por el relato de los martirios (pasiones) que se leían
con motivo de la memoria anual de los mártires al comienzo del oficio divino y
se concluían en la celebración eucarística.
Cada pasión
suele estar formada por tres partes claramente diferenciadas:
1ª.- Un título donde aparece el nombre del mártir; la
fecha del martirio según la cronología del Emperador o praeses; la
ciudad, el día y mes en que se celebraba el aniversario en la liturgia.
2ª.- El texto propiamente dicho de la pasión.
Normalmente va precedido de un prologo en el que el autor hace algunas
consideraciones generales acerca de la necesidad de perpetuar el recuerdo del
mártir y del valor de la lectura de su vida.
3ª.- El final del texto es la doxología con la glorificación
de Cristo o de la Stma. Trinidad. Tras el título y la doxología aparecen
invariablemente las formulas “Demos gracias a Dios” o “Amén”,
respuestas de los fieles oyentes que confirman el carácter litúrgico de estos
textos del Pasionario.
1.- Ninguna mente humana es capaz de llamar por sus
nombres o contar el número de beatos mártires y confesores que contienen sus
victoriosas e innumerables multitudes, las que creemos que están coronadas en
las moradas celestiales unidas al coro de los ángeles; por su intercesión, todo
el pueblo puede vencer las asechanzas del enemigo, y la salud arrebatada a su
cuerpo por la diversidad de enfermedades y debilitada por varias afecciones, de
repente su estado físico normal se recupera y los enfermos, expulsada ya la
enfermedad, alcanzan por completo la salud.
Por consiguiente, ni la atrocísima rapiña de la muerte
alcanza a enseñorearse con ellos, incluso a los muertos se les concede la vida,
y a los tristes la alegría. Pero cuanto acerca de ellos ha puesto mi
conocimiento la gloriosa tradición y con los preclaros testimonios de una
piadosa narración no retrasó el que yo lo conociera, pienso que es más conveniente
transmitirlo por escrito a las siguientes generaciones que pasar por alto con
nuestro silencio un hecho que ha sido descubierto recordándolo con veracidad,
no sea que ocultando la riqueza de un tesoro tan grande nos sintamos de todas
formas culpables de una gran negligencia.
2.- Así pues, como los beatos confesores Torcuato, Tesifonte, Indalecio,
Segundo, Eufrasio, Cecilio y Hesiquio hubiesen
recibido en Roma el sacerdocio de manos de los santos Apóstoles, y hubiesen
emprendido viaje guiados por la ayuda divina hacia España, en la que aún estaba
vigente el error de los gentiles y la creencia supersticiosa en los ídolos, a
fin de traer a ella la fe católica, se dirigían en dos grupos a la ciudad de
Guadix. Estos, habiéndose detenido con sus piernas fatigadas lejos de
la ciudad a una distancia aproximada de dieciocho estadios, para dar un pequeño
descanso a sus miembros cansados por la prolongada caminata; y dándose ánimo
entre sí por el largo camino recorrido se rehacían descansando, y se
encontraban infatigables en el camino recto; aunque sus piernas daban la
sensación de estar maltrechas, ellos sin embargo se encontraban fortalecidos
por la celestial ayuda y una gracia especial, al recordarse a sí mismos el
testimonio que dice: “Los santos que esperan en el Señor aumentarán su
fortaleza y tomarán alas como las águilas, correrán y no desfallecerán”.
Así pues, según nosotros mismos hemos averiguado, como
los venerables obispos desearan vivamente descansar en aquel lugar que
anteriormente hemos mencionado, enviaron a sus acompañantes a la ciudad de Guadix porque tenían escasez de
víveres. Se trataba justamente del día en que los gentiles celebraban con sus
inhumanos ritos la fiesta en honor de Júpiter, Mercurio y Juno, y olvidados de
Dios, que está sentado en su alto trono, tributan de modo solemne cultos
degradantes con un rito vacío a sus imágenes mudas y muertas. Entonces,
ciertamente, al pasar al otro lado de los muros de la mencionada ciudad los
discípulos de los venerables ancianos ven a una muchedumbre culpable inmersa en
las redes de una gran decepción y abocada a la posibilidad de caer en la
condenación eterna, hasta el punto de creer que podrían salvarse mediante
aquello que parecían hacer con sus manos manchadas. Y como la pestífera
multitud de todos aquellos saliese al encuentro de los acompañantes de los
santos varones, reconociendo en ellos el venerable culto de la religión y
viendo que los sacerdotes se marchaban a causa de su piadosa fe, les persiguen
soliviantados en actitud hostil hasta el río. Cruzaba sobre éste un
puente construido sobre una antigua mole de gran firmeza, y allí, por obra de
un milagro divino, una obra que cualquiera creería indestructible por el ataque
del tiempo se desmoronó en aquel preciso instante y la sedición pagana se hundió
en el lecho del río con aquel grupo de personas cruentas. Los santos hombres
cantaron: “Arrojó al mar al caballo y su jinete”. Los siervos de Dios quedaron
en libertad.
Entre los que vieron este suceso hubo un gran número
de personas que quedaron afectadas por un gran miedo: entre ellas, una dama de
la nobleza senatorial llamada Luparia, noble por su linaje y sus acciones y
adornada con la inspiración del Espíritu Santo. Cuando descubrió la intención
de los santos varones les envió unos servidores con el encarecido ruego de que
le permitiesen presentarse ante ellos. Tan pronto como aquella mujer, cuyo
corazón ya había presentido los dones celestiales, alcanzó a estar en presencia
de los santos varones, les preguntó con audacia de dónde eran y de qué lugar
del mundo procedían. Y cuando ellos confesaron a las insistentes preguntas de
la señora que habían sido enviados por los Apóstoles con la orden de predicar
el reino de Dios y anunciar en España el Evangelio, al mostrarle y enseñarle
ellos que todo el que cree en Cristo, el Hijo de Dios, no morirá para siempre
sino que poseerá la vida de los ángeles, inmediatamente aquella nueva discípula
de la santa doctrina empezó a creer; al pedir ella el don del santo bautismo se
ordena que no reciba lo que ha pedido hasta que no mande construir una basílica
para colocar el baptisterio en el lugar que los santos varones habían elegido.
Ella aceptó esta orden y mostró un continuo cuidado a favor de la obra durante
tanto tiempo que consiguió llevar a término la construcción de la basílica y
dio fin a las obras del templo que había comenzado. Cuando ya la obra estuvo
terminada y todo estaba acorde con lo que habían ordenado los santos varones,
construyen, como es costumbre, una pila bautismal en la que aquella mujer de profunda
devoción recibió las aguas limpiadoras del bautismo salvador. Todo el pueblo,
que supersticiosamente idolatraba falsos dioses, siguiendo el ejemplo de esta
piadosa mujer abandonó el recinto de su inveterada superstición y abrazó con
sus ávidas mentes la doctrina de los santos ancianos. A partir de entonces fue
abandonada la impura sede de los ídolos y en ella se construyó una iglesia de
Cristo consagrando su altar a San Juan Bautista. El pueblo de Dios aumentó a la
vez que crecía la fe.
Algún tiempo después, no porque estuvieran en
desacuerdo en sus opiniones o en su fe, sino para difundir la gracia de Dios,
se disgregaron marchando a diversas ciudades: Torcuato quedó en Acci (Guadix) , Tesifonte marchó a Bergii,
Hesiquio a Carcese, Indalecio a Urci (Almería), Segundo a Abula ( N.d.e : Los historiadores modernos han revisado la
geografía ptolomeica de la península ibérica, identificando la ciudad de Obila
situada en la región central de los vettones con Ávila, mientras que Abula la localizan en la región sureste de Bastetania,
juntamente con la ciudad de Acci (Guadix), que
geográficamente está próxima a Abla
) , Eufrasio a Eliturgi, Cecilio a Eliberris.(
Granada)
Una vez asentados en estas ciudades comenzaron a
redimir a los hombres con el bautismo de vida. Y así sucedió que cuando los
siervos de Dios hacían a los demás partícipes de sus dones logran para la Santa
Iglesia un gran número de creyentes. No mucho tiempo después consiguieron
muchos mártires para la patria celestial como triunfos gloriosos de sus
predicaciones. Finalmente, seguros ya de que sus buenas obras irían en aumento,
acabada la vida y habiendo merecido un lugar para siempre en el Cielo,
abandonaron con una muerte gloriosa la vida de este mundo.
3.- A nosotros nos dejaron los regalos de sus
reliquias. Cualquier necesitado que con una piadosa devoción se acerca a sus
santos y sagrados sepulcros, se ve liberado con el auxilio invencible de estos
santos confesores, pues expulsan los espíritus de los cuerpos de los posesos,
restituyen a los ciegos con su mediación la vista que habían perdido, y todos
los que acuden a su intercesión consiguen inmediatamente del Cielo cuánto han
perdido, siempre que lo hagan con fe.
4.- No debemos, sin embargo, cubrir con un velo de
silencio el hecho de que tan preclaros milagros de Dios se realicen hasta
nuestros días por los piadosos y fieles méritos de los santos. Todos conocemos los
hechos que estamos narrando, mientras que los propios perseguidores de la
Iglesia y los agentes del mal desconocen la verdad.
Hay allí mismo, ante la puerta de la iglesia, una
pequeña cepa de olivo plantada por los propios santos, y es tan grande la fecundidad
que les ha sido concedida por Dios que cuando llega la víspera del aniversario
de la muerte de los santos, brota con mayor número de flores de lo que cabría
esperar por las hojas que la cubren. A la mañana siguiente, de aquellas flores,
toda la muchedumbre que pía y devotamente ha venido a venerar el patrocinio de
los santos, así como el gran número de heréticos y perversos paganos que se
oponen a los dogmas, recogen unas olivas maduras tan perfectas, gruesas y
bellas como en la época de la recolección, y así tanto los fieles como los
infieles se llevan todas las que quieren recoger. Nadie sería capaz de calcular
la cantidad de fruta, ya que si fuera posible reunirla toda en un solo lugar se
podrían llenar con ella muchos cestos de olivas.
5.- Con la ayuda de nuestro señor Jesucristo, que
recibe en la paz a sus mártires y confesores, que tiene el mismo poder que el
Padre y es igual a El en esencia en la unidad del Espíritu Santo por los siglos
de los siglos. Amén.
Difunde y promociona:
No hay comentarios:
Publicar un comentario
TU OPINIÓN CUENTA